
La senectud, la vejez, es una etapa de la vida, de inflexión, de retirada y de ocultación del sufrimiento y del deterioro vital. En esta última fase de la vida, se dan situaciones de aislamiento, de soledad, de retirada interior al pasado. Se vive en la memoria remota, sustentada en un amenazante presente, que sólo evoca riesgos y enfermedad, abocados al fracaso vital con la espera más o menos asumida de la muerte.
En el País Vasco y según el estudio: Euskadi y Drogas 2008, tenemos una población mayor de 64 años: en la que el 53,3% se considera bebedor moderado y un 2,5 % es bebedor excesivo (sospechoso alcohólico).
Es muy frecuente a partir de los 55 años el constatar que casi el 50% (49,3%) consume tranquilizantes y el 64,7% utiliza hipnóticos, en el útimo mes preguntado. Además de los psicofármacos ansiolíticos y antidepresivos, son muy frecuentes la polimedicación en forma de medicación crónica: hipolipemiantes, hipotensores, anticoagulantes, antidiabéticos, broncodilatadores… Decir aquí que casí el 39% son exfumadores.
Toda esta polimedicación que traduce una merma general de la salud, contribuye también a una peor metabolización del alcohol, y hace que incluso pequeñas cantidades de bebida, sean más perjudiciales en estas personas, con un mayor deterioro cognitivo y afectivo; acentuando procesos depresivos y aumentando la irritabilidad y la crispación en la convivencia, sobre todo de pareja.
Es habitual la negación y ocultación del problema, sobre todo si se vive solo y con escasa relación social y familiar. Muchas veces el médico no profundiza en el diagnóstico, al asumir cierto grado de impotencia y volverse más «permisivo y tolerante», aceptando un nihilismo terapéutico; al resultarle más cómodo el centrarse en los síntomas, y dar así tratamiento sintomático, que el ir al fondo del problema y «complicarse la vida», al tener que recurrir a otros actores familiares y agentes sociales.
El alcohólico anciano necesita ser confrontado y señalado en su problema, y debe ser activado por sus allegados para la búsque da ayuda profesional, tanto en su médico de familia, como por su especialista psiquiátra, que deben explorar los síntomas de ansiedad, irritabilidad, depresión, insomnio, alteraciones de memoria, trastornos comportamentales, agravamiento orgánico y relacionarlo con el consumo elevado de alcohol, el no cumplimiento de la toma de otras medicinas y el abuso de psicofármacos.
Las personas mayores que ya no interactúan socialmente, al retirarse de la vida productiva, jubilarse, vivir la situación del «nido vacío», perder amigos, compromisos con la comunidad, romper con el asociacionismo; no tienen control externo, ligados a la vergüenza y al sentido del deber y la lealtad, por lo que no les importa beber.
Beber que les puede resultar gratificante si además le atribuyen propiedades positivas, como tranquilizante, desinhibidor, euforizante, «vigorizante», hipnótico….Esto explica, que al final se «alimenten» con este nuevo y último «biberón».
Los familiares y profesionales que tratan con las personas añosas y veteranas deben estar atentos a este beber en la vejez, siempre que sea problemático,para evitar las consecuencias negativas.
LA VEJEZ ES CRUEL, PORQUE RETIRA LOS PLACERES Y MANTIENE LOS DESEOS
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