Es sabido que cada persona tiene un olor corporal peculiar, que nos hace únicos. Esto lo sabía el protagonista de la novela EL PERFUME (Patrick Süskind), Jean Baptiste Grenouille, que no lo tenía y lo buscaba denodadamente, en forma de fragancia y aroma esencial y sublime, más alla del asesinato.
Tenemos feromonas, aunque algunos lo dudan, como el resto de los animales, para favorecer el apareamiento, por la fuerte atracción sexual que nos provoca un olor. Que se lo digan sino a los fabricantes de perfumes y su explotación visual ligado al sexo, en toda su publicidad. Ese olor atrayente, busca la afinidad y aparente conveniencia entre la pareja, por la concordancia química. ¿ qué es la vida ? sino química y electricidad, y el amor su exaltación.
Pero también existen señales odoríferas que emitimos, cuando no estamos bien: cuando estamos cansados, extenuados, por no decir enfermos… Olores corporales que indican que no somos los más adecuados en ese momento, para emitir y fecundar, espermatozoides y óvulos. No somos los más saludables para perpetuar la especie, y como mecanismo de defensa, se emiten olores corporales que incitan al rechazo y distanciamiento. ¡ Vamos, que no somos sexys !.
Uno de estos olores repelentes es el ligado al consumo de alcohol, que en un intento de detoxicación masivo, el cuerpo intenta desprenderse del mismo, evacuándolo del organismo para evitar su daño y toxicidad.
Además de filtrarlo por el hígado, lo hará por la ventilación pulmonar, y su emisión por el aliento. Así como por la sudoración aumentada, con empapamiento de la ropa. Traducción en olor muy desagradable. Ello sumado en el caso del varón, con una muy probable disfunción eréctil, popular: gatillazo; hará que de sexo nada de nada, por mucho que pensemos que las bebidas alcohólicas son un buen lubricante social.
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