
En algún otro Post hemos aludido a la prostitución y a las drogas, como esclavitud y tráfico de personas. Porque existe el comercio sexual y está por medio el dinero, o el trueque en forma de drogas o «papeles» para acceder a la legalidad o a un trabajo; se produce y reproduce de forma recurrente y como cinta sin fín esta lacra.
Hoy vamos a intentar dar alguna motivación, que no razón, para explicar esta situación.
Una de ellas es la exacerbación de la atracción sexual, por parte del varón, que una vez que ha experimentado la gratificación sexual, se ve impelido a repetirlo por la impulsividad nacida en su cerebro, en el llamado circuito cerebral de recompensa, el conocido y ya explicado circuito límbico. Y que siente «la llamada» para sentir placer sexual, como si fuera el «craving» de cualquier droga, y hace lo imposible por «tener sexo»; y así saciar el ansia que se ha convertido en impulso irresistible. En este caso, el mercenario, comprándolo en los circuitos de prostitución.
Otra motivación psicológica, es el «síndrome de don Juan», en el que el varón siente la necesidad de refrendar su virilidad, su machismo; «poseyendo», «haciendo suya» a la mujer. Y quiere en cada acto reafirmar su capacidad dominante de dar placer y hacer «gozar» a una mujer. Por ello busca cada vez una mujer diferente, para comparar sus reacciones y llevarlas a la sumisión. Suelen ser muy demandantes de relaciones anales.
Este tipo de «cliente» puede llegar a ser muy peligroso, porque sufre una psicopatía, que le puede a llevar a conductantas delirantes, que se traducen en violencia, ya sea «sólo» psiquica y/0 física. Aquí se enmascara una homosexualidad latente, negada por el individuo.

Hay otro colectivo que busca nuevas «sensaciones orgásmicas», por actividades y prácticas sexuales no habituales, que no consigue en su relación estable de pareja y que busca en la prostitución un medio sin implicaciones afectivas o emocionales, y reduce el encuentro sexual a un mero «ejercicio gimnástico», sin sentir que traiciona o engaña a su pareja, conservándola a ésta «casta y pura», alejada de actos y conductas sexuales que él considera humillantes o degradantes.

Aquí se produce una variante y es aquella en la que la propia pareja demanda nuevos juegos sexuales, y trás un salto cualitativo moral, se aceptan de mutuo acuerdo experiencias como: participar en tríos, acudir a clubs de intercambio de parejas,…
Evidentemente existen clientes que tienen trastornos de la sexualidad y necesitan satisfacer sus tendencias y deseos pagando prácticas sadomasoquistas, de voyeur…

Se produce también una búsqueda del riesgo, una excitación previa al propio encuentro sexual; con el asumir el ser descubierto o visto por alguién conocido, el «jugar al límite» con prácticas sexuales de riesgo (promiscuidad, no condón…, no pagar…, trasvestirse, voyeur…»Dogging»), provocando desafios irracionales en el vivir sin vivir. Sería el equivalente a lo que los yonkies denominan «el enganchón de la aguja», que llega a ser mayor que la propia heroína.

Otro grupo importante de clientes de la prostitución, pagan «servicios de psicología», al comprar cariño, atención, escucha proactiva, en definitiva compañía; que les haga más llevadera su soledad y sin sentido vital. Aunque en general, por su extensión, nos hemos referido al hombre, también se ven afectadas algunas mujeres, pero suelen entroncar más en este último grupo.
Como resumen de todo lo dicho, existe una magnífica película, de Luis Buñuel, basada en una novela de Joseph Kessel, y con Catherine Deneuve y Paco Rabal. Películaque marcó un hito en la sociedad europea, tan puritana y conservadora de esa época:

«las chicas perdidas» son las más buscadas.
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