
Seguidamente reproducimos una editorial del profesor J.A. GARCÍA, que recoge la preocupación actual, en relación al consumo de drogas y la percepción social que tenemos sobre sus riesgos
» El estar sumidos en una profunda crisis económica, altera todo el sistema de valores social, hasta el punto de no poder predecir el alcance real que tendrá para las generaciones actuales y para las que vendrán, teniendo en cuenta que la falta de financiación produce un efecto dominó donde van cayendo, una tras otra, todas las piezas que mantienen las estructuras del engranaje social y del estado del bienestar. Desde mediados del pasado siglo, después de las grandes guerras, que se comenzó la reconstrucción de las sociedades modernas, poniendo nuevas bases a valores fundamentales y estilos de vida, hasta la actualidad, se ha tenido que trabajar muy duro para que prosperara el planteamiento perseguido.
En las tres o cuatro últimas décadas, habíamos conseguido alcanzar las mejores cotas de bienestar de la que tenemos memoria, asumiendo que estábamos cubiertos en los aspectos más elementales de la vida y la convivencia, siendo conscientes, además, de que habíamos superado de una forma optimizada otros parámetros de bienestar siempre anhelados y nunca alcanzados hasta este momento.
La percepción de los problemas sociales, está es función de los acontecimientos, de los agentes de opinión y del hecho de considerarse más o menos alcanzados, determinados objetivos que son generados por la necesidad, que una vez cubierta adecuadamente, consiguen que los problemas tiendan a percibirse como superados. Estos hechos se ven claramente reflejados en los barómetros del CIS en nuestro país, donde las preocupaciones de los españoles van fluctuando a partir de estos principios. Si nos remontamos a enero de 1995, el barómetro marcaba como el problema más importante el paro (84,9%), en segundo lugar se señalaba la corrupción política (33,5%) y en tercer lugar la situación económica (23,8%), quedando las drogas en cuarto lugar (18,7%) (CIS, 1995). Si damos un salto de diez años, y consultamos el barómetro de enero (CIS, 2005), podemos comprobar que continúa el paro en primera posición, aunque con un porcentaje muy inferior (58,2%), seguido del terrorismo (53,3%) y de la inmigración (20,2%), descendiendo la problemática de las drogas al puesto séptimo (8,5%). Finalmente, consultamos el último barómetro publicado de noviembre (CIS, 2011) y podemos observar que el paro (83%) sigue hegemónicamente en el primer lugar de las preocupaciones de los españoles, alcanzando cifras muy similares a las del año 1995, seguido por la situación económica (48,2%) y por la corrupción política (22,6%) que nuevamente concentra un alto grado de malestar entre la ciudadanía. Las drogas (0,4%), por su parte, caen significativamente hasta el puesto 21, alejándose completamente como fuente de problema (Gráfico 1).
En este caso, los observadores, contando con los elementos que son capaces de recoger de los indicadores anteriormente mencionados, llegan a la conclusión de que las drogas y su entorno, dejan de ser un problema, dado que lo consideran suficientemente controlado con las medidas adoptadas desde diferentes instancias, cosa que no ocurre con otros factores.
Los actores entre los 14 y los 18 años, se encuentran también en una situación relajada, ya que su percepción de riesgo al consumo de sustancias es alta en términos generales. Pensar en el consumo de sustancias como el éxtasis, la cocaína y/o la heroína, quedaría fuera de su tendencia, dado que la consideración, por parte de esta población, es que correrían un alto riesgo de salud. En cambio, las drogas socialmente aceptadas, como el tabaco y el alcohol, conllevan una percepción diferente en términos porcentuales. El tabaco evoluciona positivamente, dado que desde el año 1994 (76,9%) comienza a aumentar la percepción del riesgo al consumo, hasta alcanzar una cota considerablemente mejor en el 2008 que roza el 90%. En cambio el alcohol, continúa siendo la sustancia que se percibe como menos peligrosa, no alcanzando el 60%. El cannabis en su tendencia ascendente a la normalización por parte de los jóvenes, se sitúa en una posición intermedia entre las sociales y las ilegales, equiparándose en el 2008 a los niveles del tabaco (Gráfico 2).
Otro de los indicadores fundamentales con los que cuentan los actores, es el nivel de información percibida en materia de drogas. La información a priori, puede actuar como un elemento disuasorio de primer orden, aunque no siempre ejerce este papel, por ejemplo cuando se utilizan argumentos de compensación o se reduce la disonancia cognitiva para lanzarse al consumo. Si la percepción de riesgo es baja, la información no llega a compensar la diferencia. De hecho podemos pensar y/o saber con certeza que el tabaco mata y, acto seguido, fumar tranquilamente un cigarrillo una vez reducida nuestra disonancia. Los datos sobre el nivel de información percibida de nuestros jóvenes entre 14 y 18 años, son francamente positivos y han ido mejorando significativamente a lo largo del tiempo pasando de un 67% que percibían su información sobre drogas como perfecta y/o suficiente en el año 1994, a casi un 86% en el año 2008 (PNsD, ESTUDES, 2008) (Gráfico 3).
En general, tanto actores como observadores, cuentan con una percepción de riesgo alta a determinados consumos de sustancias, siendo más alto en las ilegales y más bajo en las socialmente aceptadas, como viene siendo tradicional a lo largo del tiempo (Gráfico 4). Las abundantes campañas y programas de prevención que se han venido desarrollando en nuestro país en los últimos años, han conseguido mejorar la tendencia y recuperar algunos valores imprescindibles para el mantenimiento de esta disposición orientada hacia el mantenimiento de la salud.
Además de los recursos preventivos que se han ejecutado en los centros escolares, se han llevado a cabo multitud de intervenciones para la familia que han redundado, así mismo, en el fomento e instauración de valores para todos sus miembros.
Estos interesantes avances en materia de drogas, que han supuesto el esfuerzo y el trabajo de muchos profesionales en España durante varias décadas, pueden verse ahora aminorados y/o truncados por las nuevas expectativas que se están generando por cuestiones netamente económicas. El estado del bienestar se empieza a recortar por los eslabones más débiles, que supuestamente no generan graves problemas sociales, porque de hecho están bastante controlados y se consideran de una magnitud significativamente menor que otras cuestiones de mayor calado, como pueden ser los procesos de enfermedad aguda, los medicamentos u otros aspectos sanitarios etiquetados como de primer orden. Posiblemente la reducción paulatina de medidas preventivas y de tratamiento especializado derive en un aumento del consumo y de los consumidores, volviendo a cotas de los años ochenta o noventa, con el consiguiente aumento de la percepción social del problema nuevamente.
La pérdida de valores, su cambio de signo y la influencia que pueden llegar a ejercer en determinados ámbitos, se convierte en una nueva amenaza añadida a los acontecimientos que estamos viviendo en la actualidad. Lo más razonable sería afrontar el problema de una forma inteligente, aunando recursos y manteniendo las estructuras que sustentan toda la red de protección y tratamiento de las adicciones. Dar pasos atrás ahora supondrá el fracaso de muchos años de trabajo. «
José A. García del Castillo
Instituto de Investigación de Drogodependencias (INID)
Grupo de Investigación PREVENGO
Universidad Miguel Hernández de Elche
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