En mi memoria………Ane Urrutia Saizar
Hace un año que te fuiste y hace menos de un año que empecé a escribirte. Quería expresar todo mi amor y gratitud hacia ti, todo lo que he aprendido a lo largo de este tiempo a tu lado, todo lo que me has enseñado. Y…. aquí sigo, con un pequeño párrafo escrito y con los ojos llenos de lágrimas sólo de pensar que no estás.
Y me paro. Seco mis lágrimas e intento encontrar las fuerzas para escribir sobre ti. Respiro hondo. y pienso que lo bonito es empezar por el principio, cuando nos conocimos. Te confieso ahora que no estaba muy convencida. El Dr. Moyá con su capacidad de convicción y Laura con su persuasión, lograron convencerme. En aquellos momentos pensé que no tenía nada que perder, pero tampoco tenía muchas ganas. El reto consistía en hacerte crecer a través de mi figura, algo así como «una hermana mayor», pero sin la implicación emocional que supone ser hermana. Hoy en día lo pienso, y no sé si llorar o reír ante semejante proposición: ¿cómo no implicarse emocionalmente? ¡Imposible!
Bueno, pero esa era la tarea. «Prueba, pasa con ella unos cuantos días y luego decides. Pero no digas que no hasta entonces», me dijeron. ¿Verdad que es cierto el refrán ese que dice:»más sabe el diablo por viejo, que por diablo»? Me quisieron seducir y lo consiguieron. Y hoy tengo que agradecerles eternamente que confiaran en mí, que me dieran la oportunidad de conocer a través de ti un mundo distinto, diferente.
Y ahora que todo se acabó me pregunto cómo resumir 7 años de nuestras vidas en tan solo unas pocas líneas. Parece como si los días de todos estos años se hubieran evaporado, no tengo la capacidad de recordar todos y lo intento, pero me nublo. Pretendo, aunque sea, traer a la memoria aquellos más significativos para ti, para mí, y para los que nos rodearon.
No me acuerdo del primer día que te conocí! Me viene a la cabeza tu imagen con los perros. ¡Qué bueno!, ¡cómo les enseñamos a todos que eras capaz de tocarlos, abrazarlos y cuidarlos! Desde el más pequeño hasta el más grande, te seguían por todo el jardín para que les tiraras la pelota. Y, tus aitas, Laura y José alucinados. Y tú encantada, cogiéndoles, dándoles mimos y, cómo no, mandando.
Jugabas a ser mayor, sin querer serlo. Copiabas todas las conductas que podías, aunque las usabas cuando te apetecía. Como cuando estabas con tus amigas en el jardín, en la piscina, con las revistas de las chicas y tú con la tuya. Ellas te enseñaban las fotos de actores guaperas y de atractivos chicos de grupos musicales. Y tú, bajabas la revista de la Asociación y les enseñabas quién era quién, «este es Héctor, Agara, Jone,… y son del centro, juegan conmigo». Marrubi, Lea e Irene venían a casa a buscarte para estar contigo. Esta es la verdadera integración donde se trata la diferencia como una oportunidad para aprender y compartir.
Y jugando a ser mayor, las hormonas se alteraron. ¡Y cuánto! Cuando aparecían ellos, yo desaparecía; bueno, me hacías desaparecer. Te sentabas junto a Jon y le explicabas con todo detalle que te había echado la bronca y que estaba enfadada; pero, eso sí, nunca te acordabas de lo que habías hecho. ¡Vaya morro, tía!
Claro que me enfadaba contigo! Como cuando te sentabas y cruzabas las piernas como una «viejita» con las manos sobre las rodillas, o cuando comías con ruido y me tiraba tiempo diciéndote que masticaras con la boca cerrada. Tantas cosas y tan difíciles de recordar en estos momentos. Porque eras la niña buena y educada de cara a muchas personas, pero también tenías tu genio. Es cierto que de eso yo no puedo hablar mucho y tendríamos que preguntárselo a tus aitas, seguro que nos dan una visión diferente!
Ah, no quiero que se me olvide! La piscina, otro de nuestros grandes retos. Conseguiste meterte y aprender a nadar. Aún recuerdo cuando te hacías la malita para no entrar en el agua y al aparecer quien tú y yo sabemos, tardabas medio segundo en meterte. Aprendiste a nadar, eso era lo importante! Y disfrutaste con ello, eso era más importante aún!
Supiste superar tus miedos y me enseñaste a superar los míos contigo. El principal, al comienzo, fue cómo afrontar las crisis de las que tanto me habían hablado. Sabía lo que significaba y había vivido algunas hacía muchos años. Pero no sabía qué tenía que hacer ni cómo reaccionar. Con la práctica y las situaciones fui aprendiendo e incluso intuyendo cuándo podían ocurrir. Recuerdos de tus crisis: esperando en la peluquería, en la piscina después de nadar, una mañana desayunando en el bar,… Incontables, innumerables en las que mis capacidades se pusieron a prueba. Y, llego a la conclusión de que lo mejor en estos casos lo aprendí de ti y del txikitin: observar, esperar, acompañar y cuidar. Recuerdo los besos que te daba el perro cuando esos minutos o segundos pasaban, él observaba, esperaba y te lamía, demostrándote que estaría allí para cuidarte y protegerte.
Pero mi mayor miedo era no saber enseñarte. Y al final cuánto hemos aprendido. Porque el buen aprendizaje es el que hace el alumno del maestro, pero el mejor es el que hace el maestro del alumno. Gracias Ane. Te echaré de menos todos los sábados a las 10 de la mañana, todos los puentes, festivos y vacaciones, pero en mi memoria,……..siempre estarás.
NEREA P. URIA
Deja un comentario